Idearon un artilugio capaz de dibujar los pensamientos. Y no sólo eso: también los deseos, los anhelos... incluso los sueños de los hombres. Siglos después, convenimos en llamarlo punzón, y escritura a los dibujos que se grababan con él.
Cada mañana los niños se reunían en la plaza del pueblo esperando la sesión de magia: el campanario sacaba de su chisteras de bronce una impresionante bandada de palomas.
Al tirar la piedra sobre el canal el niño miró -entre asombro y satisfacción- a la luna, herida en su reposo, rompiéndose en mil pececillos plateados y hambrientos en torno a una carnaza.
La hoja vio el vuelo de una mariposa y se sintió ala. El otoño la autorizó a emprender viaje, y aunque su vuelo fue demasiado corto, le bastó para conocer la libertad.