Se cuenta que un niño capturó con liria un ángel de leche, que más que alas tenía incipientes plumones en su espalda. Éste yacía moribundo del titánico esfuerzo por liberarse de la mortal trampa de pegamento. El niño, al verlo, quedó avergonzado y arrepentido. Lo soltó con delicadeza, cicatrizó sus heridas, le dio agua fresca de una fuente y lo llevó hasta una loma cercana donde con paciencia lo instruyó para que recuperara las fuerzas necesarias para poder volar con sus aún inexpertas y níveas alas. No fue tarea fácil. Al cabo de varios días, el ángel restablecido le agradeció al niño su empeño. Con lágrimas (ese día, a pesar de ser verano, llovió suavemente sobre la aldea) se marchó volando una mañana. Desde entonces todos los niños —incluso los más crueles— poseen su ángel de la guardia. Desde entonces una fina lluvia cae cada once de Agosto sobre la aldea. Los del lugar la llaman el chirimiri del ángel. Ese día todos los niños lo celebran soltando jilgueros en la plaza del pueblo.
martes, 1 de septiembre de 2009
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4 comentarios:
Fantástico relato, Manuel. Me ha gustado mucho la idea y la prosa.
Enhorabuena.
Pues si eso no ocurre de verdad, debería ocurrir.
Ay, esos ángeles que acaban de salir del huevo... ¿Porque son ovíparos, no?
Saludos lelos!!!
Has tardado poco en aprovechar los nuevos formatos de textos en el blog.
Me alegra mucho Manuel, además tu estreno ha sido con un muy bonito relato. Gracias por hacerlo, y ¡a seguir!
Muy bello relato...Yo creo que es un ángel que nos acompaña aún siendo adultos.
Saludos!
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