A Oscar le enseñamos a hablar. Primero aprendió a nombrar a las personas de la casa. Luego, a reconocer objetos humanos como las llaves, el móvil o una cuchara. Mas adelante obedecía órdenes sencillas. Finalmente, en un alarde de inteligencia aprendió a reconocer y nombrar los principales colores: el rojo, el verde y el azul. Todo ello conllevó un enorme esfuerzo y muchas horas de ensayo. Oscar se aplicaba verdaderamente en recordar y repetía a conciencia las palabras sin descanso noche y día.
Al principio era digno de admiración para los visitantes de la casa. Con el tiempo, su diminuto cerebro comenzó a enredar las cosas. A Luisa la llamaba "azul”, a las llaves “Miguel” o al verde el “móvil”. Sus frases se hacían cada vez más surrealistas. Decía “Brrrr. Azul. Azul. Brrr.Ya está aquí azul. Hola Azul” y cosas por el estilo.
Gracias a Oscar aprendí a darme cuenta lo que cuesta aprender cualquier cosa en esta vida y también que nada te garantiza que lo que hayas aprendido te vaya a servir para algo. Ah, lo olvidaba: Oscar es mi periquito.
Al principio era digno de admiración para los visitantes de la casa. Con el tiempo, su diminuto cerebro comenzó a enredar las cosas. A Luisa la llamaba "azul”, a las llaves “Miguel” o al verde el “móvil”. Sus frases se hacían cada vez más surrealistas. Decía “Brrrr. Azul. Azul. Brrr.Ya está aquí azul. Hola Azul” y cosas por el estilo.
Gracias a Oscar aprendí a darme cuenta lo que cuesta aprender cualquier cosa en esta vida y también que nada te garantiza que lo que hayas aprendido te vaya a servir para algo. Ah, lo olvidaba: Oscar es mi periquito.
2 comentarios:
No sé si será una experiencia propia o sólo imaginación, pero me gustó mucho la idea del periquito y el aprendizaje, Manuel.
Un saludo.
Gracias Javier. No, no es experiencia propia. Es una metáfora -en parte- de nuestro sistema educativo.
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