sábado, 29 de agosto de 2009

... que van a dar en la mar



Esta caudalosa serie nació en las lejanas montañas del Facebook, gracias a Otramaría. Sus afluentes fueron alimentados por las palabras de todos aquellos que participaron.

Dejémonos llevar por las aguas cristalinas y permitamos que el rumor del río nos cuente historias lejanas y cercanas, con sabor a musgo y a hielo antiguo. Si deseas sumergirte, escribe un texto no mayor de 39 palabras o 140 caracteres en comentarios.

~.~

javi_dice: Se había enriquecido con el esfuerzo de otros, haciendo que le entregaran su trabajo. A cambio de apenas nada. Sólo así llegó a ser un río acaudalado.

oriana: Las nubes son los ríos del cielo. La lluvia, el río del viento.

ikal bamoa: Al comenzar el deshielo, el río empezó a recordar.

javi_dice: El río seco se convirtió en camino.

otramaría: Los ríos subterráneos ríen para disimular sus tormentos internos.

oriana: Los ríos son los brazos con los que el mar acaricia la sierra.

javi_dice: El río decidió no ir a morir al mar. Se suicidó antes, dejándose caer desde lo alto de una catarata.

manuel: La quise como un río de montaña: torrencialmente. La dejé de querer sin darme cuenta, disuelto en un mar de dudas.

zilniya ecologismo literario: Los torrentes son los fantasmas de antiguos ríos, cuya risa vuelve cuando la oscuridad de la tormenta lo inunda todo.

nohubounavez: El observador modifica siempre lo observado. Perplejo, Heráclito se baña una y otra vez en un agua y río idénticos.

Asfixia temporal

Dicen que tengo que tomarme mi tiempo, pero siempre termino atragantándome con los relojes.

Vislumbramientos

No entendió porqué todos se asustaban al verlo. Tardó en comprender que no había muerto todavía.

Relegado

El día menos pensado quedará en el olvido.

Soledad indefinida

Alguien quería enamorarse. Nadie le correspondió.

Deseos fugaces


"Aquella estrella fugaz no comprendió mi deseo. Regresó" (Oriana Pickmann)


Pide un deseo. Es el momento perfecto para echarse en el pasto y contemplar, disfrutar. El cielo se llena de estrellas fugaces, amores fugaces, sueños fugaces, suspiros fugaces... en fin. Antes que nuestras palabras también se hagan fugaces, plasmémoslas en comentarios.
Recuerda, 140 caracteres o 39 palabras.

nanim rekacz: Aquella estrella era tan fugaz que ningún ojo humano la pudo ver. Cumplió deseos de picaflores, mariposas y medusas.

carmen maría: Para hacer mis sueños realidad, mojo mis pasos en los charcos que ha dejado la lluvia de estrellas.

daniel frini: Le pedí mi más soñado deseo. Se rió a carcajadas. No importa. Ahora voy a probar con el genio de la lámpara.

zilniya: ¿Quién cumple los deseos de las estrellas fugaces?

claudia sánchez: Mis palabras fueron fugaces hasta que comencé a escribirlas. Desde entonces me tienen prisionera.

viernes, 28 de agosto de 2009

La carretera



Los hombres estaban pintando las líneas. "Será el último día después de ocho meses", pensé ayer en el momento que vi las marcas blancas más o menos rectas sobre el asfalto negro de la carretera.
He seguido su evolución, día a día, desde que empezaron picando y cavando sobre el suelo árido de aquella especie de páramo que veo correr paralelo a la ventana de mi tren matutino.
Durante estos casi ocho meses los he visto llegar a las 7:32 de la mañana, en la oscuridad o con las primeras luces hace unos meses y ahora ya con el día claro. Bajaban del furgón del presidio y comenzaban la tarea. Cuando regresaba de mi trabajo, allí seguían. En invierno con el frío de la tarde, y en esta época del año bajo un sol voraz. Siempre he pensado que la carretera era una mezcla de betún, piedra desmenuzada y fluidos humanos.
Hoy, cuando como cada mañana he subido al tren y me he puesto en la ventanilla que da al otro lado de la estación, los hombres ya no estaban allí. La carretera tampoco.
Antes de que el tren se haya puesto en marcha, he visto venir el furgón del presidio a lo lejos. Otros presos se han bajado. Han comenzado a picar y cavar sobre el suelo árido de aquella especie de páramo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Automatismos



Trabajo en un edificio inteligente. Al menos eso dicen.
Esta mañana, las puertas de cristal de célula fotosensible que dan paso al hall estaban averiadas. Así que tuve que dar un rodeo para entrar por una puerta en la trasera del edificio, de madera blindada, con cerradura mecánica y mucho más fiable. Un vigilante me abrió.
Mi oficina está en el piso doce. Pero los ascensores estaban averiados. Subir por las escaleras de servicio ya no era una buena noticia, aunque lo tomé con calma. Cuando llegué a mi despacho, el lector de tarjetas digital se empeñaba en que yo no era Estévez, sino González. Y me denegaba el acceso. De nuevo tuve que avisar a un miembro de seguridad. Afortunadamente las comunicaciones internas funcionaban, aunque todas las líneas de acceso al exterior han tenido caídas durante el día. Por si la jornada no estaba resultando estresante, el aire acondicionado ha dejado de funcionar.
Y ahora, cuando son ya las once de la noche, termino de escribir esta historia con lápiz y papel, porque los ordenadores del edificio se han bloqueado. De hecho, no puedo llegar siquiera a la puerta de madera para salir a la calle, porque otras puertas automáticas me lo impiden. Estoy encerrado.
Los vigilantes se han marchado, confiando todas las tareas al sistema informático de este estúpido edificio.

Imagen vía Flickr

Sufijos discrepantes



Quise escribir la historia de un tipejo delgaducho que vivía en un pueblecito. Cada día iba a su trabajo montado en un borriquillo. Su empleo consistía en manejar una prensa de aceituna. A veces llevaba de vuelta a casa unas garrafitas de aceite en los capazos de su borriquito. Con el aceite y una hogaza de pan alimentaba a sus chicuelos.
La historia prometía, pues tenía pensadas muchas anécdotas para ese señor.
Sin embargo, a él no le gustó el principio de mi relato. No se sentía bien como tipejo delgaducho, y pretendía ser un tipo delgadito. Entonces ya me obligaba a hacerlo vivir en un pueblucho e ir a su trabajo montado en un borricuelo para alimentar a sus chiquitos. Hasta ahí no existía mayor problema, pero no hubo manera de que llevara el aceite en unas garrafejas, porque el cuento quedaba muy feo y se estropeaba.
Así pues, dejé de escribirlo.

lunes, 24 de agosto de 2009

El curandero



Fui al curandero con uno de esos dolores de espalda que nunca se acaban de quitar. Me habían dicho que ese hombre imponía las manos en la zona afectada y, en un máximo de tres sesiones, cualquier dolor desaparecía.
Yo no creo en esas cosas, pero hay veces que probar no cuesta nada... o mejor sería decir que cuesta "la voluntad".
En cuanto llegué a su consulta —si es que debería llamarse así aquel lugar—, y sin haberme saludado  aún, comenzó a hacerme observaciones:
—No debería llevar esos aparatos encima, le acabarán matando —y mientras lo decía señalaba el ipod, el teléfono móvil y el gps que siempre llevo conmigo— y sobre todo, debería desconfiar de los médicos.
—Los necesito para mi trabajo —contesté sin mucha convicción, obviando la segunda parte de su advertencia.
—Túmbese ahí, boca abajo —me ordenó, más que invitarme, mientras señalaba una camilla cuya higiene dejaba bastante que desear.
Mientras me masajeaba la zona lumbar escuché una especie de gemido. Pero mi postura no me permitía mirar hacia atrás, así que no le di demasiada importancia. Sin embargo, empezó a preocuparme dejar de notar la presión sobre la espalda que había estado haciéndome el curandero. Unos segundos después me giré para ver qué ocurría. El curandero yacía en el suelo, en decúbito lateral  y con ambas manos sobre el pecho. Había sufrido un infarto.
De inmediato llamé con el móvil a urgencias. Como no comprendían bien el lugar donde vivía el curandero, pasé el plano del gps al ipod, vía bluetooth, y lo envié por email. Los servicios de urgencia llegaron en pocos minutos.
Después de aquello me sentí mejor. Mi dolor de espalda seguía igual, pero acababa de salvarle la vida al curandero.

Sirenas



Hubo un movimiento generalizado de pánico en el barco que a poco hunde la embarcación, debido a que nadie, ni siquiera el capitán del navío, esperaba encontrar a las temibles sirenas en esas aguas y menos aún en esa ruta.

Mientras el barco se acercaba inexorable a las proximidades del arrecife de rocas donde moraban las fabulosas mujeres con cola de pez, sin posibilidad de cambiar el rumbo a tiempo como para no escuchar sus cantos, todo tipo de imágenes horribles acudía a nuestros ojos y memoria mientras echábamos mano de nuestros recuerdos colectivos para intentar salir indemnes del, de todo punto, imprevisible contratiempo.

Nos apresuramos a atarnos unos a otros con complicados nudos a las arboladuras y trinquetes de la nave, a acomodarnos improvisados protectores acústicos en los oídos, a dañarse, los más asustados, tanque y yunque para poder salvarse de la irresistible tentación sonora.

No caímos en que llevábamos años saturando nuestros ojos de todo tipo de imágenes sensuales, nuestros oídos con decibelios de sonidos que exploraban nuestros tabúes mas profundos. Cómo imaginar que todo eso nos había ido haciendo, lentamente, insensibles a cualquier tentación natural no tecnificada por mucho que esta se hubiese ido perfeccionando generacionalmente durante miles de años.

Y cómo no pensar, después de todo, pensábamos mientras el barco se alejaba e íbamos dejando atrás a las esforzadas sirenas, que cualquiera de nosotros había asistido a lo largo de su vida a decenas de espectáculos más llamativos.

domingo, 23 de agosto de 2009

Recuerdos y olvidos

A veces el olvido trae recuerdos de otros olvidos. Entonces comienzo a percibir nítidamente en qué consistieron aquéllos; cuáles fueron los hechos, circunstancias, detalles que traté de olvidar en cada una de las ocasiones. Y aparecen el dolor, el desengaño, la desazón y el miedo.
Alertado, intento inmediatamente recordar, para dejar atrás cuanto antes este nuevo olvido que tan malos recuerdos me trae.

Ciudades



Se escucha un grito estremecedor en la noche en algún lenguaje familiar al vello y la epidermis. Me asomo a la ventana, durante varios largos minutos rasgan, el silencio de la calle vacía, voces temerosas, carreras apresuradas, rechinar de neumáticos que huyen pero que los ojos no ven.

En los días que siguen los diarios y noticieros locales no realizan la más mínima alusión a lo sucedido.

Incapaz de conciliar el sueño, las noches siguientes observo, desde la ventana de la habitación, la orografía de la ciudad a esas horas: calles que se adentran en la oscuridad, espesas sombras que se aprietan contra las islas de luz de las farolas, el gato negro que aparece y desaparece en lo desconocido jugando con las confusas perspectivas.

No puedo dejar de pensar que cada ciudad alberga dentro de sí otras ciudades paralelas, igualmente contaminadas, infestadas de gente con vidas igual de inútiles y absurdas que las nuestras; cómo explicar si no los gritos sin boca, las voces conocidas procedentes de calles inexistentes, el rumor de risas infantiles que hierven en parques vacíos a medianoche.

Ausculto la noche con vasos, con sensores estudio las sombras buscando indicios de otros lados en algún lugar del aire oscuro y de los callejones, tratando de determinar la naturaleza exacta de las voces, pautas inteligentes, posibles respuestas a mis interrogantes susurros.

Entonces, desde el otro lado de ningún sitio escucho un rumor, algo parecido a una voz humana que de pronto pregunta, trémula y nerviosa, si hay alguien ahí. No puedo evitar dejar caer el vaso al suelo, gritar, gritar en la oscuridad, y correr, mientras comprendo, sé con certeza ahora, que ese grito habrá despertado a alguien como yo que buscará noticias sobre mí a la mañana siguiente en los diarios de esa otra ciudad.

Con los cinco sentidos


"El aroma de la rosa tiene espinas" (Rafael Vázquez)

Minificciones de menos de 40 palabras que exploren todas las posibilidades de la sinestesia.
Unir imágenes o sensaciones que pertenecen a sentidos diferentes, separar percepciones que dependen de un sólo sentido. Queda todo el mundo invitado a participar en este jardín de sensaciones.

nohubounavez: El trueno es la sombra sonora del rayo.

nohubounavez: El humo es vapor de sombra.

manuel: Toco la nubes con la yema de los dedos y en algún lugar de mi corazón comienza a llover.

javi_dice: Lectura sensitiva
Lo vi sobre los anaqueles, aquél libro de tacto suave que olía a aventura. Había oído que era muy bueno. Me dispuse a disfrutar del gusto de su lectura.

El blog

El blog era su diario. En él escribía cada noche lo que había hecho durante la jornada, analizándolo con humor ácido a veces, adornándolo con hermosas palabras en otras ocasiones, iluminándolo con imágenes y engalanándolo con músicas. Pero siempre siendo fiel a lo que hubiera acontecido durante su día.
Ésa fue la clave para que lo detuvieran por el triple asesinato, a los que puso letra, imágenes y música aquella misma noche.

Historia encontrada


Mediaba la tarde cuando me encontré una historia en mitad de un camino. Era una historia inconsistente aún, como el carro tirado por un burro que veía venir de frente. Pero una historia al fin y al cabo, e insistía en ser escrita.
El carro rebotó al pasar sobre una piedra y el burro rebuznó. Ya al menos tenía algún elemento más para contar una historia.
Cuando pasó por mi lado, el burro me invitó con un gesto a que me sentara en el carro para continuar escribiéndola.
Ya tenía mi historia.

Imagen: Joan Miró "Vegetales con burro"

Ouija

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Perdimos contacto definitivamente con los difuntos. Dijeron que no podian estar seguros de que no fuéramos en realidad ellos mismos preguntándose y respondiéndose a sí mismo, a sus propios miedos, a alguna parte de su oculta naturaleza. Y después de decir esto no volvieron a entablar contacto más con nosotros.

Óbito




Era el día de su entierro. El problema es que se sentía más lleno de vida que nunca. Había gozo en su corazón, risa en su alma, amor en sus pupilas. Su familia y sus amigos habían decidido que era hora de decirle adiós. Las flores primorosas, el cajón oval, la música sutil, el café y los cigarrillos. Y él, paseando por todas las habitaciones, tratando de convencerles que era un error, mírenme, carajo, por estas venas corre sangre todavía. No había caso. Era como si no existiera.

Le limpiaron, le vistieron con el mejor de sus trajes, el de matrimonio, le peinaron y le engominaron el bigote de gallardo coronel. Y él reclamando, que no, que nunca había llevado el cabello para la derecha, que nadie me conoce en esta familia, esos lentes son para leer, esos zapatos siempre me causaron calambres. Daba lo mismo. Lo colocaron en el cajón como a un delicioso recién nacido.

Llegaron los dolientes, las lloronas. Se tomaron el café y se fumaron los cigarrillos. A él, ni una mirada. Él, en su cajón, soltaba su diatriba.

Lo enterraron a las cinco de la tarde, sin lluvias, sin grandes ceremonias, vivo.


miércoles, 5 de agosto de 2009

Perfume del tiempo


Ilustración: pintura de Claude Monet, 1873

Ciertos olores lindan como las amapolas en los senderos de la infancia.

martes, 4 de agosto de 2009

Fértil sonoridad



Las semillas de la flor de león vuelan, ronroneando como si fueran de gato.

Retraso incurable

El tiempo sufrió un desfase crónico.

Gravedad

Tengo temor a los ángeles que caen. De que aterricen encima de mí.

Ternura

Todos los caníbales llevan un niño dentro.

lunes, 3 de agosto de 2009

Demasiado tiempo...

Cuando despertó, tanto él como el dinosaurio, igualmente fosilizados, compartían una vitrina en el Museo de Ciencias Naturales.

Destino


El destino es un gran gato de Cheshire, tan elusivo e impredecible como el que encontró Alicia en su viaje. El problema es que frente a él no somos niños, sino ratones.