domingo, 23 de agosto de 2009

Ciudades



Se escucha un grito estremecedor en la noche en algún lenguaje familiar al vello y la epidermis. Me asomo a la ventana, durante varios largos minutos rasgan, el silencio de la calle vacía, voces temerosas, carreras apresuradas, rechinar de neumáticos que huyen pero que los ojos no ven.

En los días que siguen los diarios y noticieros locales no realizan la más mínima alusión a lo sucedido.

Incapaz de conciliar el sueño, las noches siguientes observo, desde la ventana de la habitación, la orografía de la ciudad a esas horas: calles que se adentran en la oscuridad, espesas sombras que se aprietan contra las islas de luz de las farolas, el gato negro que aparece y desaparece en lo desconocido jugando con las confusas perspectivas.

No puedo dejar de pensar que cada ciudad alberga dentro de sí otras ciudades paralelas, igualmente contaminadas, infestadas de gente con vidas igual de inútiles y absurdas que las nuestras; cómo explicar si no los gritos sin boca, las voces conocidas procedentes de calles inexistentes, el rumor de risas infantiles que hierven en parques vacíos a medianoche.

Ausculto la noche con vasos, con sensores estudio las sombras buscando indicios de otros lados en algún lugar del aire oscuro y de los callejones, tratando de determinar la naturaleza exacta de las voces, pautas inteligentes, posibles respuestas a mis interrogantes susurros.

Entonces, desde el otro lado de ningún sitio escucho un rumor, algo parecido a una voz humana que de pronto pregunta, trémula y nerviosa, si hay alguien ahí. No puedo evitar dejar caer el vaso al suelo, gritar, gritar en la oscuridad, y correr, mientras comprendo, sé con certeza ahora, que ese grito habrá despertado a alguien como yo que buscará noticias sobre mí a la mañana siguiente en los diarios de esa otra ciudad.

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