Floto sobre mi espalda en esta mar en plena calma. Las olas me mecen suavemente en este idílico día de verano.
Desde mi perspectiva se puede contemplar un cielo azul inmenso, un sol resplandeciente. Se oyen aves, e incluso risas de juegos infantiles que llegan a través del aire, desde la playa.
Ahora resultaría difícil de creer, pero hace tan sólo unas horas este mismo mar no era plácido, ni lucía un cielo azul, ni desde luego brillaba el sol. Tampoco se escuchaban cantos de aves, ni jugaban niños, cuando la tempestad nos hizo naufragar.
Las olas seguirán meciéndome, suavemente, hasta que mi cuerpo toque fondo en alguna orilla.
Ilustración: Odilon Redon, "Beatrice" (1897)
3 comentarios:
Buen giro final, Javier. Y nada brusco: plácido, como la mar en calma. Muy buen cuento.
Un saludo.
Siempre viví junto al mar, y es tan grande, tan impresionante, tan cambiante, que encierra todos los misterios de la vida... y de la muerte.
Gracias como siempre por tus comentarios y, sobre todo, por visitarnos, Víctor.
Un saludo.
Excelente cuento.
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