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Por años le huyó, convencido de que ese amor terminaría destruyéndolo. Le espantaba su mirada gris, los labios de ceniza, el cuerpo de humo habituado al frío y al silencio; odiaba su fidelidad perruna, su presencia insistente y callada. Pero, con cada fracaso, su sombra fantasmal volvía para recordarle, sin palabras, que le pertenecía para siempre.
Y por fin, vencido, se abrazó a su soledad.
Y por fin, vencido, se abrazó a su soledad.
1 comentarios:
Preciosos tus textos Olga.
Es un placer tenerte de nuevo por aquí.
Besos!
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